Myanmar es un país que teníamos muchas ganas de conocer y que a pesar de todo, nos ha entusiasmado. Es cierto que tras el accidente que marcó nuestro final de viaje en el lago Inle, los recuerdos todavía son agridulces. De todos modos, el tiempo que tuvimos para descubrir la tradicionalmente conocida como Birmania, fue suficiente para considerarla una de las naciones más interesantes y bellas del sureste asiático. Comenzamos nuestra ruta por el norte visitando la ciudad de Mandalay y sus alrededores.
Myanmar es un país con una historia cargada de violencia y represión. Desde sus orígenes y a lo largo de los siglos, diferentes grupos étnicos llegados de los países de alrededor han luchado por conquistar la tierra y someter al resto. Siglos de guerras entre los reinos y dinastías Mon, Bamar, Shan o Rakhine hicieron tanto daño que actualmente muchos de ellos siguen enfrentándose. Para complicarlo todo un poco más, en el siglo XIX irrumpieron en Asia los colonialistas europeos. Inglaterra, además de ambicionar India, extendió sus ansias de ocupación a Myanmar, dando lugar a las tres Guerras Anglo-Birmanas. Los ingleses tomaron y reformaron Burma a su antojo hasta que estalló la Segunda Guerra Mundial. Los japoneses inicialmente bien recibidos, ocuparon y sometieron igualmente a los birmanos. Los movimientos nacionalistas cada vez fueron cogiendo más fuerza y tras la guerra, liderados por Aung San y su Anti-Fascist People’s Freedom League (AFPFL), consiguieron iniciar las negociaciones y el proceso hacia la independencia del país. Aung San fue asesinado en 1947 sin que hoy se conozca el responsable de su muerte. La independencia del país llegó en 1948 pero los conflictos armados prosiguieron entre comunistas, militares y los diferentes pueblos que luchaban por su religión y su separación. En el año 1962 los militares dieron un golpe de estado y establecieron una dictadura militar que cerró las fronteras y aisló política y económicamente el país. Los birmanos comenzaron a ser controlados, oprimidos y muchos de ellos perseguidos por el nuevo gobierno, que muchas veces tomaba las decisiones basándose en la astrología y las supersticiones. Ante cualquier intento de protesta eran dispersados a tiros. La más famosa fue la huelga del año 1988 conocida como el Levantamiento 8888 en la que miles de estudiantes fueron asesinados. Tras este acontecimiento inició su lucha por la democracia la hija del estimado Aung San, Aung San Suu Kyi, ganadora del Premio Nobel de la Paz en 1991. Bajo arresto domiciliario la mayor parte del tiempo, han tenido que pasar más de 25 años para que consiguiera convocar unas elecciones. El 8 de noviembre del 2015 el partido liderado por Suu Kyi National League for Democracy consiguió una mayoría aplastante. Constitucionalmente vetada para presidir (por tener marido e hijos extranjeros) en abril de este año ha sido nombrada consejera de estado y en la práctica ha tomado el mando del país.
Conociendo un poco su historia reciente nos resulta más fácil entender lo diferente que es Myanmar del resto de países que hemos visitado en el sureste asiático. Su gente además, poco acostumbrada al turismo todavía, se muestran curiosos y abiertos con los extranjeros, extremadamente amables y siempre con una gran sonrisa en la cara.
Mandalay es la segunda ciudad más importante del país después de Yangón y puede decirse que es la capital cultural. Es una ciudad grande y caótica que tras el primer vistazo y primeras sensaciones nos trajo a la mente las ciudades de India. Revivimos la suciedad de las calles, los currys, las ropas coloridas, los mascadores (y escupidores) de betel. No obstante, tras las primeras impresiones, resulta evidente que Myanmar se ha ganado una identidad única y singular. Nunca antes habíamos visto caras teñidas de amarillo (thanaka), todos los hombres vestidos con elegantes faldas, disco-budas en los templos, jarras de agua públicas en cada esquina o monjes vestidos de rojo.
Hasta hace poco conocida como «la ciudad de las bicicletas», decidimos recorrer Mandalay de este modo. Rápidamente nos dimos cuenta de que ahora, más que por bicicletas, la ciudad está tomada por grandes coches importados. Parece ser que durante el antiguo régimen era dificilísimo poseer un coche ya que el gobierno exigía una lista interminable de tasas y permisos. Ahora que el país se ha abierto y que sus habitantes son más libres, las grandes ciudades se han llenado de coches. Algo parecido ha pasado con los teléfonos móviles.
A pesar del tráfico, visitamos con nuestras bicicletas, cómodos y seguros, los puntos más importantes de la ciudad. Primero nos acercamos al antiguo palacio real. Rodeado por una gran muralla y un foso, este enorme complejo sigue perteneciendo a los militares. Únicamente se puede visitar la zona donde han sido reconstruidos tras su destrucción durante la Segunda Guerra Mundial, los diferentes módulos que formaban el palacio.
Visitamos varios templos del norte de la ciudad prácticamente solos. La Pagoda Sandamuni nos impresionó por el silencio únicamente roto por el repicar de cientos de pequeñas campanas que coronaban otras tantas pequeñas estupas blancas.
El bizarro monasterio Atumashi Kyaung nos llamó la atención por sus dimensiones desproporcionadas para acoger un minúsculo altar en su interior.
El monasterio Shwenandaw Kyaung, de madera de teca por fuera y dorado por dentro, nos cautivó por su belleza.
Terminamos nuestro recorrido a los pies de la Colina de Mandalay, seguramente el lugar más visitado de la ciudad. Tenemos que reconocer que ya cansados, no nos vimos con fuerzas de iniciar la empinada ascensión descalzos de 45 minutos. Un amable birmano nos subió en su moto hasta el templo superior, el Sutaungpyi Paya. Aquí nos juntamos con unos pocos turistas y con varios monjes y peregrinos arrodillados ante los disco-budas. Las vistas sobre Mandalay y las montañas nos dejaron a todos impresionados.