Nos adentramos aún más en el sureste asiático para conocer un nuevo país, Laos. Rodeado por China, Myanmar, Vietnam, Tailandia y Camboya es el primero que visitamos desde que iniciamos el superviaje sin salida al mar. Intensamente verde y tranquilo, rural y poco poblado, es un país quizás poco conocido pero acogedor y con mucho por descubrir. Comenzamos nuestro recorrido volando desde Hanoi a su capital, Vientián.
Vientián es la capital y ciudad más grande de Laos. Nos esperábamos otra gran urbe del sureste asiático, ruidosa y caótica. Nos encontramos justo con todo lo contrario. Con 760.000 habitantes, esta antigua colonia francesa es pequeña, recogida, agradable y sorprendentemente sosegada y silenciosa. Bañada por las aguas del Mekong es precisamente el río el que marca la frontera con la vecina Tailandia.
Aparte de ser el punto de llegada principal al país, la ciudad ofrece varios atractivos turísticos interesantes. Se puede llegar a ellos caminando o en tuk tuk. Quizás el más visitado y muchas veces considerado símbolo nacional es la estupa dorada de That Luang. En el mismo recinto también se pueden visitar dos bonitos templos budistas, el Wat That Luang Neua y el Wat That Luang Tai. A medio camino entre el centro de la ciudad y That Luang , en la avenida Lane Xan, se alza imponente el «arco del triunfo» laosiano, la Puerta de la Victoria o Patuxai.
El templo más antiguo de Vientián y que mejor ha resistido las invasiones durante la historia es el Wat Sisaket. Construído en 1818 es de lo poco que no arrasaron los Siameses o thai durante su invasión en el siglo XIX. Nos gustaron mucho los cientos de imágenes de Buda que rodean el templo, hechas de madera, piedra, plata y bronce. Justo enfrente se encuentra el templo de Haw Pha Kaew que hoy en día se utiliza como museo y muy cerca la estupa negra o That Dam. También fuimos al Museo Nacional de Laos para ponernos un poco al día con la historia del país.
El ambiente que se respira en general en Vientián es de calma y lentitud. En sus calles principales hay multitud de cafés y restaurantes, muy cuidados y agradables. Nos llamó la atención la cantidad de restaurantes japoneses que hay en la ciudad y no dudamos en probar unos cuantos. Al anochecer, la orilla del río Mekong se llena de vida pues la gente comienza a reunirse, cuando baja el calor, en torno al paseo y el mercado nocturno. Aquí también nos esperábamos, como en otros mercados asiáticos, escándalo, empujones y desorden pero los laosianos nos volvieron a sorprender con su carácter discreto y educado.
Nos tocó celebrar otro cumpleaños en Vientián y en el hotel nos sorprendieron por la mañana con un detallazo. Por la noche decidimos festejar en una izakaya que nos hizo trasladarnos por un rato a nuestra estimada Japón.
Además, de forma inesperada, volvimos a coincidir en el viaje con nuestros amigos Mónica y John.