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En busca de la aurora boreal en las islas Lofoten

Las islas Lofoten en Noruega nos han fascinado. Pero no vamos a mentir, nuestro principal objetivo del viaje, siempre fue ver la aurora boreal. Un evento mágico que poco entendíamos pero que ansiábamos experimentar con nuestros propios ojos.

Poco sabíamos sobre qué son, por qué y cuándo se producen las auroras. Organizamos el viaje con mucha ilusión y esperanza ciega de disfrutarlas. Francamente, hasta que terminó el viaje no fuimos conscientes de la suerte que tuvimos de verlas cada noche.

Las auroras, boreales en el norte y australes en el sur, son luces que periódicamente brillan en el cielo nocturno gracias a la actividad solar. No pretendemos ser técnicamente rigurosos pero os contaremos lo que hemos aprendido sobre este maravilloso fenómeno.

A 150 millones de kilómetros de la Tierra, en la superficie solar, una maraña de gases abrasadores y en constante movimiento generan gigantescos y poderosos campos de fuerza magnéticos. En las zonas donde estas fuerzas son mayores se forman las manchas solares, que son áreas volátiles y visiblemente más oscuras en la superficie solar.

Las líneas magnéticas cercanas a la mancha solar pueden llegar a generar erupciones de radiación conocidas como llamaradas solares y eyecciones de masa coronal (CME). Muchas de estas salen disparadas hacia el espacio sin generar consecuencias pero, si una CME erupciona de cara a la Tierra, la lluvia solar puede en horas o días llegar a la superficie de nuestro planeta. Normalmente, las CME viajan entre tres y cinco millones de kilómetros por hora, dependiendo de las corrientes creadas por los vientos solares.

Estas tormentas solares entrantes normalmente no afectan de ninguna manera a la Tierra; el planeta es constantemente bombardeado por radiación, ondas magnéticas y otro tipo de partículas cargadas del sol. El propio campo magnético de la Tierra bloquea la mayoría de estas partículas y protege la atmósfera de la radiación ultravioleta dañina. Sin embargo, durante una CME, las partículas cargadas pueden viajar bajo las líneas del campo magnético de los polos norte y sur y entrar en la atmósfera. Esas partículas energéticas excitan los átomos de nuestra atmósfera, de oxígeno y nitrógeno por ejemplo, extrayéndoles electrones y provocando así el fenómeno de luminiscencia. Los colores que vemos dependerán tanto del tipo de molécula excitada como de la altitud en la que se encuentra. El oxígeno por ejemplo brilla verde a altitudes bajas (hasta 240 km) y rojo a altitudes superiores.

Por lo tanto, si queremos ver auroras tenemos que viajar a latitudes polares, bien hacia el norte o hacia el sur. Los científicos han descubierto que la mayoría de las veces, las auroras del norte y del sur son imágenes en espejo que ocurren en el mismo momento, con formas y colores similares.

Pueden suceder en cualquier momento del día, depende de la actividad solar las horas y días previos. Pero si queremos verlas en el firmamento, tendrá que ser en horas de oscuridad. La temporada de auroras boreales en el norte polar (Alaska, norte de Canadá, Groenlandia, Islandia, Noruega, Suecia, Finlandia y Siberia) es de agosto a abril. Son los meses en los que las noches tienen oscuridad. En mayo, junio y julio, el sol apenas se esconde y hay demasiada luz para poder verlas. Estadísticamente, los meses con mayor actividad de auroras son durante los equinoccios, en septiembre y marzo.

También pueden suceder en cualquier momento de la noche, pero se considera hora punta entre las 23h y 2h de la mañana. Como Patricia, nuestra guía de Tierras Polares, siempre nos decía, las 23h de la noche es «la hora bruja». A esa hora es cuando, después de cenar, vimos la mayoría; pero también las tuvimos a las 16.30h de la tarde y cuando nos despertamos por la mañana el día de vuelta camino al aeropuerto.

Lo que sí que no influye para nada en el fenómeno es la temperatura. No tiene que hacer frío para ver la aurora, simplemente tiene que estar oscuro y sobre todo despejado. Es por este motivo que las islas Lofoten en Noruega son un lugar ideal para ver auroras boreales. Teniendo en cuenta su situación al norte del círculo polar ártico, las temperaturas son muy suaves en invierno, manteniéndose en torno a los 0º. Favorecidas por la corriente del Golfo, las islas tienen un curioso microclima que las hace aún más atrayentes. En nuestra excursión a la Laponia sueca, a 200 kilómetros de distancia, pudimos comprobar (y soportar) de primera mano el descenso de unos  20 grados de temperatura.

Temperatura al otro lado de la frontera, en Suecia

Con todo esto, diríamos que ver la aurora boreal es cuestión de suerte. En parte es cierto, pero existen técnicas y cálculos para predecir el día en el que brillará en nuestro cielo.

Los investigadores han descubierto que la actividad de las auroras es cíclica, alcanzando su máximo aproximadamente cada 11 años. El ciclo solar viene determinado por el número de manchas solares visibles en la superficie solar. A mayor número de manchas, más energía solar será liberada hacia el espacio. Actualmente nos encontramos en el ciclo solar 24 y el pico máximo sucedió en el año 2014. Se cree que los tres años previos y sobre todo los tres posteriores al pico, son igual de intensamente activos.

Además, según la técnica de predicción de los 28 días, también podemos saber cuándo se dirigirán las tormentas solares hacia nuestro planeta. Visto desde la Tierra, el Sol gira sobre su eje cada 27-28 días. Si marcamos en el calendario una noche activa de auroras, en 27-28 días, si la mancha solar o agujero coronal siguen activos, habrá rotado por completo y se encontrará nuevamente en una posición geoefectiva, es decir, de cara a la Tierra.

Como hemos dicho previamente, nosotros fuimos afortunados y durante el viaje a Noruega tuvimos todos los factores de nuestro lado. Disfrutamos de días (y noches) excepcionalmente despejados y la actividad de las auroras fue potente con los vientos solares a nuestro favor.

La primera vez que disfrutamos de la aurora fue en la zona de Laukvik, en las islas Lofoten. Esa noche nos alojamos en el Camping Sandsletta y tras una sauna y un delicioso salmón al horno, nos pusimos varias capas de ropa térmica, preparamos termos de agua caliente e infusiones y cogimos la furgoneta para encontrar algún sitio abierto y poco iluminado. En esto nuestra guía marcó la diferencia ya que es gran conocedora de la zona y una experta en «la caza de la aurora».

La siguiente noche la pasamos en el Eliassen Rorbuer, en un entorno idílico en la isla de Hamnøya, muy cerca de Reine. Degustamos el exquisito bacalao noruego y cruzamos hasta la preciosa playa de Fredvang para disfrutar del espectáculo de las luces del norte.
Parece que cada noche superaba a la previa porque la aurora en Hennigsvær fue algo extraordinario. Este pueblo de menos de 500 habitantes es realmente encantador y posee uno de los campos de fútbol más especiales de Europa y seguramente de todo el mundo. Considerado «la Venecia del Norte», nos alojamos en un cómodo apartamento con vistas al canal, en el Tobbiasbrygga. A escasos minutos a pie, nos acercamos al campo de fútbol, situado en el extremo de la isla de Hellandsøya. Entre montañas escarpadas y secaderos de bacalao, rodeados por mar abierto, admiramos el baile de luces y colores de la aurora boreal.
Pero el evento más esperado y científicamente hablando más importante de todo el viaje, sucedió el 15 de febrero. Una llamarada solar de onda larga ocurrió a las 01:35 UTC el 12 de febrero en la región solar 2699, junto con una eyección de masa coronal (CME). Directamente posicionada hacia la Tierra y con los vientos solares a favor, recibimos una tormenta solar en el planeta el día 15 de febrero.

Ese día, nosotros nos encontrábamos de vuelta de la excursión con raquetas en el Parque Nacional de Møysalen, cuando todavía de día, a las 16:30h de la tarde, el cielo comenzó a teñirse de verde. Aparcamos la furgoneta y contemplamos el espectáculo desde la carretera. Dependiendo de su intensidad, tormentas solares de este tipo pueden llegar a causar efectos adversos en la atmósfera como cortes eléctricos temporales o fallos en los satélites.
Las últimas dos noches vimos auroras magníficas en una playa cercana a las cabañas de Tjeldsundbrua.
En ocasiones vimos auroras en forma de «cortina», en otras ocasiones de «arco» y las más espectaculares fueron las «auroras activas» o en constante movimiento. En esos momentos en los que el cielo nocturno brilla rojo, verde, violeta… y se mueve velozmente sobre tu cabeza, es inevitable reflexionar sobre el poder de la naturaleza. Hasta que alrededor del año 1900 el noruego Kristian Birkeland asentó las bases de los conocimientos actuales sobre geomagnetismo y las auroras boreales, a lo largo de la historia las civilizaciones las han interpretado de muy diferentes maneras.
Tanto en Occidente como en China han sido para muchos serpientes o dragones en el cielo. Los griegos y romanos las relacionaban con sus dioses. Los aborígenes australianos relacionan las rojas australes con el fuego y el mundo de los espíritus. Los nativos americanos creían que las luces del norte eran los espíritus de sus seres queridos bailando.
En la mitología nórdica son muchísimas las referencias sobre este fenómeno. Pensaban que el brillo en el cielo era producido por las armaduras de las valkirias, por la espuma del agua disparada por las ballenas, que el océano estaba rodeado de vastos fuegos o  que las luces eran los espíritus de los recién nacidos muertos al nacer. Muchos otros pueblos las consideraban presagio de buena suerte.
No podemos finalizar el post sin explicar que las cámaras captan a la perfección los colores de las auroras pero que, a simple vista, el ojo no percibe tan intensamente las tonalidades. Además, muchas de las fotos que pueden verse en internet están retocadas y excesivamente manipuladas. Sin embargo, el espectáculo de las luces del norte sigue siendo un fenómeno único que merece la pena disfrutar al menos una vez en la vida.
Feliz viaje a Noruega

Viaje a la Noruega ártica: paisajes de ensueño en las islas Lofoten y Vesteralen

Este invierno descubrimos un auténtico paraíso natural en Noruega. Viajamos por encima del Círculo Polar Ártico rumbo a las islas Lofoten y Vesteralen. De la mano de Tierras Polares, durante una semana, recorrimos en furgoneta, a través de vertiginosos puentes y túneles submarinos, varias de las islas que conforman estos dos archipiélagos. Sinceramente, nosotros únicamente buscábamos auroras boreales, pero en este viaje encontramos mucho más. Encontramos unos paisajes espectaculares, escarpados acantilados cubiertos por nieve sobre playas desiertas de agua cristalina, fiordos semi-helados cobijados por inmensas montañas y pequeños pueblos pesqueros de postal. Hicimos trekkings en entornos de belleza espectacular, a pie o con raquetas; incluso cruzamos a la vecina Suecia para recorrer varios kilómetros de parque natural en trineo de perros. Y cada noche para finalizar, tras un descanso y una suculenta cena en confortables cabañas nórdicas, nos dejamos hipnotizar por la magia de las luces del norte.


Llegamos vía Oslo al aeropuerto de Harstad/Narvik-Evenes y dormimos en la bahía de Bogen, a orillas del gran fiordo Ofotfjord.

Comenzamos nuestra ruta hacia el oeste a través de la E-10, la «Norwegian Scenic Route Lofoten», que sería nuestra guía, con numerosas paradas y desvíos, durante la mayor parte del viaje. Pocos minutos de recorrido bastaron para dejarnos sin palabras. Nos adentramos entre lagos, fiordos, playas y montañas nevadas en unos parajes de suma belleza.

Tomamos nuestro primer desvío hacia las islas Vesteralen donde brevemente pero de cerca, conocimos el pueblo sami. Pero esto ya lo explicaremos en otro post. Pasando de isla en isla, bajo un delicioso sol de invierno, hicimos una parada en la «ciudad azul» de Sortland. De camino, también pudimos ver atracado un barco del legendario Hurtigruten. Fueron originariamente creados para transportar correo, pero 125 años más tarde, los cruceros de Hurtigruten se han convertido en toda una experiencia de viaje. Recorren durante seis días, de Bergen a Kirkenes, la exuberante costa noruega. Finalmente en Melbu, nos embarcamos en un ferry para navegar hacia las islas Lofoten.

Esa noche nos caldeamos en la sauna y cenamos un salmón impresionante, pero previamente, hicimos una pequeña parada en el camino para deleitarnos con la luz del atardecer en el mirador Austnesfjorden. Es un lugar tan especial que al día siguiente, al amanecer, regresamos para observar la primera luz del día.

La siguiente jornada la dedicamos a visitar diferentes pueblos pesqueros a lo largo de la E-10. Nos detuvimos en Svolvaer, capital de las islas y tierra de artistas, escaladores y marineros. Es una ciudad donde abundan las galerías de arte. Los artistas acuden atraídos por la magia de las luces y colores de los paisajes de la zona.

Cubiertas por nieve o no, las imponentes paredes verticales de las islas también seducen a los más intrépidos escaladores. La «cabra de Svolvaer» o monte Svolvaergeita se ha convertido en símbolo y «reto» de la ciudad.

En Svolvaer también pudimos ver de cerca grandes secaderos de Skrei, considerado el mejor bacalao del mundo. Entre enero y abril, cada año, multitud de bacalao llega a desovar a las cálidas aguas de las Lofoten. Es una especie nómada que procede de las frías aguas del Mar de Barents en el océano Ártico. Más de mil kilómetros de viaje proporcionan a este bacalao salvaje sus cualidades únicas. Su carne firme y jugosa, sus huevas, hígado y lengua, son manjares muy apreciados entre los gourmets. De hecho, el Skrei, es la base de la economía de gran parte de los habitantes de las islas. Cuando se deja secar se denomina tørrfisk. Recientemente apareció en prensa un artículo muy interesante sobre «los niños cortadores de lenguas» y la pesca del bacalao en las Lofoten. Si quieres leerlo pincha aquí.

Durante siglos, uno de los pueblos pesqueros más importantes de la zona fue Kabelvåg. Allá se ubicó cientos de años atrás Vågar, la primera población conocida del norte de Noruega. En el siglo XII, el rey Øystein erigió con los impuestos cobrados a los pescadores la iglesia de Vågan, hoy también conocida como la Catedral de Lofoten. El mismo rey construyó los primeros «rorbuer» o alojamientos temporales para pescadores. Estas casitas rojas de madera tienen parte de su base en tierra y la otra parte sobre pilones directamente en el agua. Hoy en día, están acondicionadas y principalmente destinadas para el uso turístico.

Mientras caía la única nevada que tuvimos durante el viaje, visitamos el Museo Vikingo de Lofotr, en el pequeño pueblo de Borg. Aquí se encontraron en los años 80 los restos de una inmensa casa comunal vikinga. Se puede visitar un interesante museo sobre el pueblo vikingo y una reconstrucción de la gran casa. Con sus 83 metros de largo está detalladamente ambientada.  A través de diferentes habitaciones, se recrean a la perfección la vida, costumbres y creencias del temible pueblo nativo escandinavo.

Paramos para disfrutar de las panorámicas en Napp y Vareid, así como en el diminuto pueblo pesquero de Nusfjord.

Tuvimos la suerte de poder entrar a la bonita parroquia de Flakstad donde un amable vecino nos relató historias y anécdotas acerca de la iglesia.

Esa noche descansamos en unos acogedores rorbuer en un entorno idílico en el pequeño pueblo pesquero de Hamnøy. Por la mañana, desde un puente cercano, disfrutamos de unas vistas espectaculares de la zona.

Muy cerca y saltando de puente en puente llegamos a Reine, considerado para muchos el pueblo más hermoso de las Lofoten e incluso de toda Noruega.  Visitamos pequeñas aldeas costeras, a cada cual más encantadora. Fotografiamos las casitas amarillas de Sakrisøy y de Tind y paseamos por las calles de Å, el pueblo pesquero habitado más extremo de las islas Lofoten.

No obstante, el mayor obsequio del día fue el trekking a la playa de Kvalvika. Es una excursión fácil y agradable a través de un collado. Sin embargo, la nieve recién caída añadió bastante dificultad al ascenso y llegamos cansados a la playa. Las vistas sin duda, hicieron que la caminata mereciera la pena. Seguramente es una de las playas más bonitas que hemos visto hasta el momento. Grandiosa, de arena clara y aguas esmeralda, se enfrente al mar abierto entre colosales montañas de granito.

De vuelta, al atardecer, visitamos otras playas que nos ofrecieron paisajes igual de impresionantes.

La noche la pasamos en el pintoresco pueblo de Henningsvær. También conocida como «la Venecia del Norte» es una localidad que sin duda merece la pena visitar. Compuesta por numerosas islas, puentes y canales, aún siendo pequeña resulta totalmente inolvidable.

Ya deshaciendo camino en la E-10, regresamos a las islas Vesteralen, concretamente a la isla de Hinnøya, para explorar con ayuda de raquetas, el Parque Nacional de Møysalen. Pequeño y relativamente moderno, se creó para preservar inalterado el singular paisaje alpino costero de Noruega. El parque nacional rodea la majestuosa montaña de Møysalen, de 1262 metros de altura, y las montañas de la zona son popularmente conocidas como los Alpes de Vesteralen. El parque abarca desde pantanos, humedales, árboles frutales y bosques de abedules hasta glaciares y montañas alpinas. Es uno de los pocos parques nacionales de Noruega que llega hasta el nivel del mar y varios fiordos se encuentran incluidos dentro de él. No tuvimos la suerte de ver alces pero hallamos sus huellas, así como las de zorros y liebres árticas.

La siguiente mañana ya nos despertamos en la «Noruega continental», a los pies del puente de Tjeldsundbrua, en unas espaciosas cabañas rojas de madera a orillas de un fiordo. Fueron nuestro alojamiento de las dos últimas noches.

El último día atravesamos hacia el este la bahía de Bogen para cruzar la frontera y adentrarnos en la Laponia sueca, concretamente en el Parque Nacional de Abisko, el más antiguo y unos de los más importantes del país. Bordeamos el profundo lago Torneträsk y llegamos a Kiruna, la ciudad más septentrional de toda Suecia. 

Entre tanta belleza natural, fue chocante ver a lo lejos el paisaje post-apocalíptico de las minas de Kiruna. La extracción de hierro es la industria principal de la zona y lo ha sido durante muchísimos años. Durante la Segunda Guerra Mundial, el mineral era enviado en tren hacia la costa este y de allí a Alemania, para apoyar la industria de guerra nazi. Obviamente, esto fue causante de numerosos conflictos y enfrentamientos en la zona. Hoy en día, las minas siguen alimentando a la población pero a su vez, provocan el hundimiento del terreno, con lo que la ciudad se ve obligada a trasladarse en los próximos años.

Paramos en el Icehotel, el primer hotel de hielo del mundo, antes de emprender una de las experiencias más bonitas del viaje.

Realizamos un recorrido a través de los bosques nevados del parque natural en trineo de perro. Cada grupo de perros arrastró imparable una o dos personas sobre el manto blanco de Laponia. Fue una manera insuperable de finalizar nuestro gran viaje de invierno.



Nunca olvidaremos las imágenes que este viaje nos ha regalado. Nada de esto hubiera sido posible sin los conocimientos, la ilusión y la alegría de Patricia, nuestra guía de Tierras Polares.