Etiqueta: superviaje
Las antiguas capitales birmanas, a un paso de Mandalay
A menos de 20 km de Mandalay, permanecen casi inalteradas tres joyas birmanas: Amarapura, Sagaing e Inwa. Son tres ciudades antiguas que sin duda merece la pena visitar en excursión de uno o dos días desde Mandalay.
Nosotros alquilamos un taxi para todo el día. Creemos que es una manera fácil, cómoda y razonablemente económica para realizar esta visita, pero sobre todo, fue nuestro conductor-guía el que marcó la diferencia. Él nos brindó la oportunidad de conversar tranquilamente con un birmano sobre diferentes temas, nos acompañó y nos guió en los templos y pagodas hasta los rincones más especiales y nos descubrió platos de la cocina birmana que sin él no hubiéramos probado.
Antes de salir de la ciudad, hicimos una parada en la Pagoda de Mahamuni. Se trata de uno de los lugares de peregrinación más importantes de todo el país ya que en su interior acoge una de las representaciones más adoradas de Buda Gautama. Se dice que es la única copia verdadera que existe de Buda, realizada en vida del mismo y tomándolo como modelo. Las evidencias arqueológicas constatan que es una de las representaciones más antiguas de Buda, pero la datan en el siglo II, unos ochocientos años después de su existencia. Tras un largo pasillo flanqueado por tiendas de recuerdos y tras vestir «apropiadamente» a Carles con una falda larga, tuvimos que tomar diferentes caminos. Las mujeres no tienen acceso a la cámara de Mahamuni y tienen que conformarse con venerarlo a sus pies a cierta distancia. Los hombres pueden tocarlo y depositar sobre él pedazos de fino papel de oro. Este acto es considerado la forma de devoción máxima y le ha proporcionado a la estatua una capa extra de unos 15 cm. Su rostro en cambio permanece pulido y brillante, ya que cada mañana a las 4h puntualmente los monjes lavan su cara y recogen el agua utilizada guardándola como sagrada.
En la periferia de Mandalay, 11 km hacia el sur, llegamos a Amarapura, la «ciudad de la inmortalidad». La que antiguamente fuera capital del país en dos ocasiones (periodos 1783-1821 y 1842–1859), es hoy en día lugar de reposo, meditación y estudio para cientos de monjes llegados de todo el país. Donaciones privadas y trabajadores voluntarios sustentan la vida rutinaria de los religiosos, que son acogidos desde bien pequeños en el monasterio de Mahar Gandar Yone. Esta vez volvió a presentarse ante nosotros el dilema moral que tantas veces ha surgido durante el viaje. Hasta qué punto fotografiar a las personas y violar su intimidad, fomentando así que su día a día se convierta en un espectáculo y que cada vez más turistas quebrantemos su calma. En Amarapura nos resultó realmente difícil distanciarnos de una escena tan sencilla pero a la vez hermosa. A las 10.30h de la mañana comenzaron a aparecer desde diferentes direcciones jóvenes monjes envueltos en rojo burdeos que con paciencia y parsimonia se fueron uniendo a una hilera principal. Con sus utensilios en la mano, serios y con mirada al frente, avanzaban despacio hasta la zona donde los voluntarios repartían las raciones de comida. Cada monje ocupaba su sitio en la mesa, callado, para vaciar el cuenco en pocos minutos y levantarse discretamente, recoger y continuar con su rutina.
Nosotros también proseguimos el camino hacia la región de Sagaing. Al otro lado del río Irawadi se encuentra esta otra antigua capital que hoy en día es igualmente centro monástico. Tristemente, también es conocida entre los birmanos porque allí murieron cientos de estudiantes a manos del ejército durante el levantamiento de 1988. Visitamos primero a orillas del río una estatua de buda sin nombre que le gustaba mucho a nuestro conductor y que curiosamente dicen que es una réplica del Gran Buda de Kamakura en Japón. Después conocimos el Zayar Theingi, un convento de monjas budistas que rezaban y estudiaban, ellas envueltas en rosa, sin prestar atención a nuestra presencia curiosa. Terminamos la mañana ascendiendo a la pagoda de U-Min-Thone-Sel para ver sus bonitos budas alineados, pero sobre todo, ya desde la cima, para disfrutar de las magníficas vistas de la colina de Sagaing, salpicada por cientos de estupas y monasterios.
Por la tarde volvimos a cruzar el río en barco para llegar a Inwa (Ava para los británicos) que fue capital de reinos birmanos durante nada menos que 360 años entre los siglos XIV y XIX. A lo largo de la historia, Inwa fue saqueada y reconstruida en numerosas ocasiones hasta ser abandonada tras los grandes terremotos del año 1839. Hoy en día es destino turístico. Nada más desembarcar uno se ve casi obligado a montar en un carro de caballos para recorrer la zona. Nosotros lo hicimos así y realmente disfrutamos del camino y de las paradas. Visitamos otro bonito monasterio de teca, el Bagaya Kyaung, donde entre sus postes de madera, aún viven y se educan unos pocos monjes. Muy diferente es el monasterio de Maha Aungmye Bonzan, de piedra y ornamentos de estuco, que se alza ocre entre el paisaje tropical. Del palacio real del rey Bagyidaw únicamente queda en pie la torre del reloj, que peligrosamente inclinada, aún resiste las inclemencias del tiempo. El lugar que probablemente más nos gustó fue una zona en ruinas, donde los restos de las pagodas Yadana Hsini comienzan a fundirse con la naturaleza.
La tarde llegaba a su fin con lo que nos dirigimos otra vez a Amarapura, a observar la caída del sol desde uno de los lugares más emblemáticos del país: el puente de U Bein. Se trata del puente de teca más largo del mundo, de 1,2 km, y conecta Amarapura con el pequeño pueblo de Taungthaman. Sin embargo, no es llegar al destino de la estrecha pasarela de madera lo que movía a sus transeúntes, sino el propio camino en sí. Tranquilos paseaban monjes, parejas, grupos de amigos y algún que otro turista como nosotros a lo largo de inestables tablas de teca. El sol obstinado aún abrasaba con sus últimos rayos obligándonos a todos a descansar cada pocos pasos en bancos o porches rudimentarios. Tanto el ir y venir sosegado de las personas como el paisaje sobre el lago al atardecer siempre quedarán grabados en nuestras retinas.
Memorias de Mandalay
Myanmar es un país que teníamos muchas ganas de conocer y que a pesar de todo, nos ha entusiasmado. Es cierto que tras el accidente que marcó nuestro final de viaje en el lago Inle, los recuerdos todavía son agridulces. De todos modos, el tiempo que tuvimos para descubrir la tradicionalmente conocida como Birmania, fue suficiente para considerarla una de las naciones más interesantes y bellas del sureste asiático. Comenzamos nuestra ruta por el norte visitando la ciudad de Mandalay y sus alrededores.
Myanmar es un país con una historia cargada de violencia y represión. Desde sus orígenes y a lo largo de los siglos, diferentes grupos étnicos llegados de los países de alrededor han luchado por conquistar la tierra y someter al resto. Siglos de guerras entre los reinos y dinastías Mon, Bamar, Shan o Rakhine hicieron tanto daño que actualmente muchos de ellos siguen enfrentándose. Para complicarlo todo un poco más, en el siglo XIX irrumpieron en Asia los colonialistas europeos. Inglaterra, además de ambicionar India, extendió sus ansias de ocupación a Myanmar, dando lugar a las tres Guerras Anglo-Birmanas. Los ingleses tomaron y reformaron Burma a su antojo hasta que estalló la Segunda Guerra Mundial. Los japoneses inicialmente bien recibidos, ocuparon y sometieron igualmente a los birmanos. Los movimientos nacionalistas cada vez fueron cogiendo más fuerza y tras la guerra, liderados por Aung San y su Anti-Fascist People’s Freedom League (AFPFL), consiguieron iniciar las negociaciones y el proceso hacia la independencia del país. Aung San fue asesinado en 1947 sin que hoy se conozca el responsable de su muerte. La independencia del país llegó en 1948 pero los conflictos armados prosiguieron entre comunistas, militares y los diferentes pueblos que luchaban por su religión y su separación. En el año 1962 los militares dieron un golpe de estado y establecieron una dictadura militar que cerró las fronteras y aisló política y económicamente el país. Los birmanos comenzaron a ser controlados, oprimidos y muchos de ellos perseguidos por el nuevo gobierno, que muchas veces tomaba las decisiones basándose en la astrología y las supersticiones. Ante cualquier intento de protesta eran dispersados a tiros. La más famosa fue la huelga del año 1988 conocida como el Levantamiento 8888 en la que miles de estudiantes fueron asesinados. Tras este acontecimiento inició su lucha por la democracia la hija del estimado Aung San, Aung San Suu Kyi, ganadora del Premio Nobel de la Paz en 1991. Bajo arresto domiciliario la mayor parte del tiempo, han tenido que pasar más de 25 años para que consiguiera convocar unas elecciones. El 8 de noviembre del 2015 el partido liderado por Suu Kyi National League for Democracy consiguió una mayoría aplastante. Constitucionalmente vetada para presidir (por tener marido e hijos extranjeros) en abril de este año ha sido nombrada consejera de estado y en la práctica ha tomado el mando del país.
Conociendo un poco su historia reciente nos resulta más fácil entender lo diferente que es Myanmar del resto de países que hemos visitado en el sureste asiático. Su gente además, poco acostumbrada al turismo todavía, se muestran curiosos y abiertos con los extranjeros, extremadamente amables y siempre con una gran sonrisa en la cara.
Mandalay es la segunda ciudad más importante del país después de Yangón y puede decirse que es la capital cultural. Es una ciudad grande y caótica que tras el primer vistazo y primeras sensaciones nos trajo a la mente las ciudades de India. Revivimos la suciedad de las calles, los currys, las ropas coloridas, los mascadores (y escupidores) de betel. No obstante, tras las primeras impresiones, resulta evidente que Myanmar se ha ganado una identidad única y singular. Nunca antes habíamos visto caras teñidas de amarillo (thanaka), todos los hombres vestidos con elegantes faldas, disco-budas en los templos, jarras de agua públicas en cada esquina o monjes vestidos de rojo.
Hasta hace poco conocida como «la ciudad de las bicicletas», decidimos recorrer Mandalay de este modo. Rápidamente nos dimos cuenta de que ahora, más que por bicicletas, la ciudad está tomada por grandes coches importados. Parece ser que durante el antiguo régimen era dificilísimo poseer un coche ya que el gobierno exigía una lista interminable de tasas y permisos. Ahora que el país se ha abierto y que sus habitantes son más libres, las grandes ciudades se han llenado de coches. Algo parecido ha pasado con los teléfonos móviles.
A pesar del tráfico, visitamos con nuestras bicicletas, cómodos y seguros, los puntos más importantes de la ciudad. Primero nos acercamos al antiguo palacio real. Rodeado por una gran muralla y un foso, este enorme complejo sigue perteneciendo a los militares. Únicamente se puede visitar la zona donde han sido reconstruidos tras su destrucción durante la Segunda Guerra Mundial, los diferentes módulos que formaban el palacio.
Visitamos varios templos del norte de la ciudad prácticamente solos. La Pagoda Sandamuni nos impresionó por el silencio únicamente roto por el repicar de cientos de pequeñas campanas que coronaban otras tantas pequeñas estupas blancas.
El bizarro monasterio Atumashi Kyaung nos llamó la atención por sus dimensiones desproporcionadas para acoger un minúsculo altar en su interior.
El monasterio Shwenandaw Kyaung, de madera de teca por fuera y dorado por dentro, nos cautivó por su belleza.
Terminamos nuestro recorrido a los pies de la Colina de Mandalay, seguramente el lugar más visitado de la ciudad. Tenemos que reconocer que ya cansados, no nos vimos con fuerzas de iniciar la empinada ascensión descalzos de 45 minutos. Un amable birmano nos subió en su moto hasta el templo superior, el Sutaungpyi Paya. Aquí nos juntamos con unos pocos turistas y con varios monjes y peregrinos arrodillados ante los disco-budas. Las vistas sobre Mandalay y las montañas nos dejaron a todos impresionados.